VIERNES 28 DE MAYO
RESUMEN DEL EVANGELIO, VIERNES 28 DE MAYO
Marcos 11, 11-26: En aquel tiempo, después de que la gente lo había aclamado, Jesús entró en Jerusalén, en el Templo. Y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania.
Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!». Y sus discípulos oían esto.
Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: ‘Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes?’.¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!». Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina. Y al atardecer, salía fuera de la ciudad.
Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. Pedro, recordándolo, le dice: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca». Jesús les respondió: «Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’ y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas».
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MI COMENTARIO
Hoy Cristo viene a visitar nuestra alma para ver qué frutos estamos dando en nuestra vida. Frutos de virtudes. Me fijaré en la higuera estéril y en lo que Jesús le dijo.
1. La higuera no tenía frutos. No era tiempo de higos o ya se le habían gastado. Jesús con todo, se queja de esa esterilidad. Su lamento nos recuerda el poema de la viña estéril de Isaías 5: “Una viña tenía mi amigo…esperó que diese frutos, pero dio agraces, amarguras”. Jesús pronuncia unas palabras duras contra la higuera: “nunca jamás coma nadie de ti”. En efecto, al día siguiente, la higuera se había secado. Si Jesús hizo este gesto es porque apuntaba a otra clase de esterilidad: es el pueblo de Israel, sobre todo sus dirigentes, el árbol que no da frutos que Dios pedía…frutos de fe, de obediencia y apertura al Mesías. Israel ha fracasado. Israel es la higuera seca.
2. Miremos ahora nuestra vida. Nuestra vida personal, familiar, comunitaria, eclesial. ¿Estamos dando frutos buenos de virtudes o damos frutos secos, amargos, o de escasa calidad? Yo creo que los frutos que Dios espera de nosotros son frutos de fe, de confianza y de amor a Él y a nuestros hermanos. Frutos de verdad, de justicia, de solidaridad, de unión. Frutos de piedad sincera. Frutos de perdón y misericordia.
3. Ya sabemos cuáles son los frutos que Dios detesta: los escándalos, herejías, desobediencias y cismas de hombres de Iglesia. Los gobernantes y líderes corruptos, tramposos y ladrones. Las divisiones en las familias. Los desórdenes en la moral de tantos jóvenes. Las ambiciones y peleas en las comunidades. El cultivar una religiosidad interesada que reduce el culto a recabar favores temporales, hacer méritos para el cielo a fin de que Dios contabilice las horas dedicadas a Él.
Seamos ese “pequeño resto”, esa minoría fiel al evangelio, que ha proyectado su oración y liturgia en la vida. Seamos referentes para los demás. Seamos rescoldo que prende la hoguera de la renovación. Ahí tenemos nuestro puesto de fermente, luz y sal. Demos testimonio de una vivencia gozosa, fraternal, comprometida, madura, festiva, encarnada, en clave de generosidad. Que hoy al acercarse Cristo a la higuera de nuestra alma, la vea llena de buenos y suculentos frutos y nos vuelva a bendecir. Les mando a cada uno la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.