RESUMEN DEL EVANGELIO, MIÉRCOLES 23 DE MARZO
SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, PATRONO DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO.
Mateo 5, 17-19: Jesús dijo a sus discípulos:
«No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.»
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MI COMENTARIO
Hoy la invitación de Jesús es a ser fieles, en lo grande y en lo pequeño.
1. La Sagrada Escritura nos habla con frecuencia de la virtud de la fidelidad, de la necesidad de mantener la promesa, el compromiso libremente aceptado, el empeño en acabar una misión en la que uno se ha comprometido. Le dijo el Señor a Abrahán: “Camina en mi presencia con fidelidad. Tú guarda mi pacto que hago contigo y con tus descendientes por generaciones”. La firmeza de la alianza con el Patriarca y con sus descendientes será fuente continua de bendiciones y de felicidad; y, por el contrario, el quebrantamiento de este pacto por Israel será la causa de sus males. Dios pide fidelidad a los hombres a los que mira con predilección porque Él mismo es siempre fiel, por encima de nuestras flaquezas y debilidades. Yahvé es el Dios de la lealtad, rico en amor y fidelidad, fiel en todas sus palabras, y su fidelidad permanece para siempre. Quienes son fieles le son muy gratos, y les promete un don definitivo: el que sea fiel hasta la muerte, recibirá la corona de la vida.
2. Jesús habla muchas veces de esta virtud a lo largo del Evangelio: pone ante nuestros ojos el ejemplo del siervo fiel y prudente, del criado bueno y leal en lo pequeño, del administrador honrado. La idea de la fidelidad penetra tan hondo en la vida del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo. San Pablo, que había dirigido múltiples exhortaciones a aquella generación de primeros cristianos para que viviera esta virtud, cuando siente cercana su muerte entona un canto a la fidelidad, resumen de su vida. Le escribe a Timoteo: He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. Por lo demás, ya me está preparada la corona de la justicia que me otorgará aquel día el Señor, justo juez, y no solo a mí, sino a todos los que esperan su manifestación.
3. Cada uno de nosotros ha hecho compromisos y promesas a Dios, con los demás, con los amigos. Promesas en el matrimonio, vida consagrada o sacerdotal. Es una virtud esencial: sin ella es imposible la convivencia. ¿Cómo la estamos viviendo? ¿Somos fieles en las cosas grandes y pequeñas? ¿Transmitimos y pedimos esa fidelidad a nuestros hijos, a nuestros parroquianos, a nuestros familiares?
Menospreciar las indicaciones de Dios, por insignificantes que sean, comporta un conocimiento raquítico de Dios y, por eso, uno será tenido por pequeño en el Reino del Cielo. Nos dice hoy Dios: “Camina en mi presencia con fidelidad. Guarda el pacto que hago contigo”. Esta virtud adquiere su firmeza del amor, del amor verdadero. Sin amor, pronto aparecen las grietas y las fisuras de todo compromiso. Aspiremos, pues, en la oración a seguir con gran fidelidad todas las indicaciones del Señor. Así, llegaremos a una gran intimidad con Él y, por tanto, seremos tenidos por grandes en el Reino del Cielo.
Les mando a cada uno de ustedes la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.