RESUMEN DEL EVANGELIO, MARTES 20 DE OCTUBRE
Lucas 12, 35-38: Vigilemos y velemos…ojos abiertos y una lámpara en la mano para velar.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!».
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MI COMENTARIO
1. Vigilar: tanto para el momento de nuestra propia muerte -que siempre es a una hora imprevista- como para la venida cotidiana del Señor a nuestras vidas, en su Palabra, en los sacramentos, en los acontecimientos, en las personas. Si estamos despiertos, podremos aprovechar su presencia. Si estamos adormilados, no nos daremos cuenta. Y cuántos hay medio dormidos en sus negocios, placeres, planes, y no piensan en estas verdades tan importantes de la vida. Sólo piensan en las cosas mundanas y de aquí abajo. Deberíamos dar una dimensión trascendente a cuanto hacemos aquí en la tierra, pues somos peregrinos camino del Cielo.
2. Encender y proteger nuestras lámparas: con el aceite de la fe, de la esperanza y del amor. Vientos contrarios hay a nuestro alrededor que nos quieren apagar nuestra lámpara cristiana. ¡Cuántos hay que caminan a oscuras porque dejaron apagar su vela! Somos peregrinos hacia la eternidad. Y Dios nos ha puesto en las manos la lámpara de la fe desde el día del bautismo, porque habría días de oscuridad, de prueba, en que no veremos todo claro. Si tenemos la lámpara encendida no nos pasará nada y caminaremos seguros y serenos. Incluso iluminaremos a alguno de nuestros hermanos que están a nuestro lado.
3. En las cosas de aquí abajo afinamos mucho los cálculos: para que nos llegue el presupuesto, para conseguir éxitos comerciales o deportivos, para aprobar el curso, para buscar un buen trabajo. Pero ¿somos igualmente espabilados en las cosas del espíritu? ¡Pensemos!
Todos queremos escuchar al final de la vida las palabras de Jesús: “Bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”. Y nos sentará a su mesa y nos irá sirviendo uno a uno. Pidamos a María Santísima, madre de la esperanza, que nunca nos deje en el camino hacia el cielo. Les mando a cada uno la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.