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Evangelio 20 Mayo |Que todos sean uno, como Tú y yo somos UNO

JUEVES 20 DE MAYO

RESUMEN DEL EVANGELIO, JUEVES 20 DE MAYO

Juan 17, 20-26: “Que todos sean uno, como Tú y yo somos UNO”.

En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».
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MI COMENTARIO

1. Es la tercera y última parte de la oración sacerdotal de Cristo en el discurso de despedida. Ya no solo pide por sus apóstoles, sino por todos los que lo seguimos, los que somos sus discípulos cristianos. ¿Por qué pide para nosotros “la unidad”? Porque sabía cuántas divisiones y peleas íbamos a tener entre nosotros. Basta ver la historia: herejías, cismas, separaciones, divorcios, gentes que no se hablan, que se odian. La unión entre los seguidores de Cristo es una asignatura siempre pendiente. Unidad en la fe, en la doctrina, en la caridad. ¿Qué está pasando ahora en Alemania? ¿Qué pasa en algunas parroquias o diócesis o en movimientos? Pleitos y más pleitos. Peleas y más peleas. Caras largas y críticas. ¿Por qué? Cristo hoy nos da la respuesta.
2. El sueño de Dios es que sus hijos, nosotros, vivamos unidos, nos queramos, nos ayudemos, porque sabe que en esto nos va la vida. Esta es la misión que encomendó al Hijo mayor, a Jesús: “Congregar a sus hijos que estaban dispersos” (Juan 11, 52). Por eso san Pablo nos enseña: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos” (Efesios 4, 5-7). Este gran deseo y proyecto divino lo expresa Jesús, y Pablo en sus cartas, con varias imágenes: banquete de bodas, vid y sarmientos, la unidad en el cuerpo humano, cuya cabeza es Cristo y nosotros, sus miembros.
3. De aquí se desprende para nuestra vida cristiana la actitud de comunión, amistad, congratulación, solidaridad entre todos nosotros. Ya sea en nuestras casas, entre los familiares y amigos, parroquias y movimientos, y en el acercamiento a las otras confesiones cristianas, como la Iglesia lo está haciendo, sobre todo, desde san Juan XXIII. Pertenecemos a la comunidad cristiana, al nuevo pueblo de Dios. “Que se amen los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13, 34). Así era la primera comunidad cristiana, descrita en los Hechos de los apóstoles: “Tenían un solo corazón y una sola alma” (Hechos 4, 32). Unidad que no sólo es ausencia de divisiones o conflictos. Es unidad en comunión, corresponsabilizarnos unos de otros, construir la fraternidad. No es uniformidad, sino unidad en la diversidad, como en la Trinidad en la que cada persona divina es cada persona y, sin embargo, son la unidad consumada.

¿Podrán decir de los cristianos de ahora lo que se decía de los primeros cristianos: “¿Mirad cómo se aman” (Hechos, 4, 32-37)? Necesitamos con urgencia este milagro, si es que queremos detener el caudaloso río emigratorio de la Iglesia: 8.000 católicos sudamericanos emigran cada día hacia las sectas e iglesias protestantes en busca de un hogar espiritual, “porque allí se quieren, se interesan los unos por los otros”. ¿Vivimos la Eucaristía como sacramento de fraternidad o con un cierto individualismo? ¿En qué medida vivimos la fe comunitariamente? Examinemos hoy este deseo de Jesús en la Última Cena. Les mando a cada uno la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.