RESUMEN DEL EVANGELIO, MIÉRCOLES 27 DE OCTUBRE
Lucas 13, 22-30: En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’, y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».
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MI COMENTARIO
«Salvemos nuestra alma»
1. Sería muy interesante hacer una pequeña encuesta de los temas de conversación de nuestro día a día, de lo que interesa a las personas en su vida cotidiana o de lo que sale en la televisión, la radio y las redes sociales. Se habla constantemente de economía, de los políticos, del paro, de la corrupción, del cambio climático, de sucesos dramáticos y violentos, de noticias y cotilleos, de la pandemia… Todos estos son los temas que importan a los hombres, y está claro que Dios no es uno de ellos. No creo que oigamos a nadie preguntar: “¿son pocos los que se salvan?”. Nuestro mundo ha perdido el interés por la cuestión de Dios; la considera aburrida, indiferente, excesiva o, cuanto menos, superflua. Está claro que para muchos la vida eterna, Dios, su salvación, son realidades que nada tienen que ver con sus preocupaciones cotidianas. Sin embargo, hoy, dos mil años después, sigue resonando en nuestros oídos esa pregunta: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”.
2. «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán». Sorprende la claridad y contundencia con las que Jesús responde a la pregunta. Habla de un esfuerzo que hay que hacer, de una puerta estrecha por la que hay que entrar y de muchos que no lo lograrán. Las palabras de Jesús que leemos hoy son una advertencia directa contra cualquier tipo de autocomplacencia. La comodidad burguesa, anestesiada y anestesiante –como le gusta repetir al Papa Francisco–, es un veneno mortal que mata el Evangelio de Cristo. Por eso, ser cristiano implica necesariamente un camino de renuncia, de purificación, de ascesis, de conversión. No podemos diluir las exigencias de la fe para adaptarlas a la mentalidad dominante o lo políticamente correcto. Todo lo contrario. El seguimiento de Cristo supone ir contracorriente renunciando a los aplausos del mundo, de amigos, de familiares, por permanecer fieles al Señor. Si nunca has experimentado el rechazo y la presión del mundo, entonces es que –como tantos– estás siguiendo la corriente.
3. Hagamos todo lo necesario para salvarnos, salvar nuestra alma. Es el negocio único, importante, urgente y necesario. Debemos tener la certeza de que nunca nos va a faltar la ayuda de Dios en esta apasionante aventura. Él sabe lo estrecha que es la senda, pues Él mismo la recorrió en la Cruz. Lo ha experimentado en su propia carne, nunca mejor dicho. Los mismos santos nos dan ejemplo de esto. Por eso Dios puede compadecerse de nosotros y auxiliarnos en nuestro desvalimiento. Nosotros no podemos. Pero Él sí. Nosotros no podemos. Pues confiemos en Él.
Les mando a cada uno de ustedes la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.