VIERNES, 6 DE AGOSTO
TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR EN EL TABOR
RESUMEN DEL EVANGELIO, 6 DE AGOSTO
TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR EN EL TABOR
Marcos 9, 2-10: En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» —pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados—.
Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos».
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MI COMENTARIO
Esta fiesta nos invita a mirar contemplativamente al Señor glorificado, iluminado con la luz plena de la Pascua, y con una proyección escatológica, el triunfo total al final de los tiempos. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo «el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo» (Flp 3, 21). Pero esta fiesta nos recuerda también que «es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios» (Hch 14, 22).
1. El papa Francisco señalaba hace unos años: “La subida de los discípulos al monte Tabor nos induce a reflexionar sobre la importancia de separarse de las cosas mundanas, para cumplir un camino hacia lo alto y contemplar a Jesús”. Y el papa Benedicto se fijaba en que, para dicha ascensión, hay que tener en cuenta de que es Jesús quien “tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan”. Hoy nos invita a subir con Él al monte de la oración para contemplarlo, dejarnos iluminar por Él, escuchar la voz del Padre que nos invita a escuchar a su Hijo Jesús. El subir a la oración debería ser para nosotros un gozo para intimar con el Señor, revestirnos de sus virtudes y de su blancura. Debería ser un momento en que sintiéramos lo de Pedro: “¿Por qué no quedarnos acá, Señor? Se está tan bien”.
2. Pero Jesús nos dice hoy: “Después de la oración tenemos que bajar de nuevo al llano de nuestra vida ordinaria, pues la vida continúa en el valle. Aquí tenemos nuestro trabajo, nuestra familia, nuestros amigos, nuestras responsabilidades”. Pero si hemos estado con el Señor en la oración, es más fácil que proyectemos a nuestro alrededor esa luz que Jesús nos concedió en la oración. Luz hecha caridad y entrega a los demás. Aquí en el valle sabemos que hay días de luz, pero también de oscuridad…días de alegrías, pero también de tristeza…días de consolación y días de desconsuelo. ¿Qué hacer? Mirar a Cristo en la cruz para sacar la fuerza para seguirlo.
3. De este misterio de luz, la Transfiguración, sacamos toda la fuerza para después afrontar la pasión, el sufrimiento en nuestra vida, como lo hizo Jesús. Nos dice san Agustín en el sermón 78: “La Vida -Jesús- desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?» (San Agustín, Sermo, 78, 6: PL 38, 492-493). Y, ¿nosotros? ¿Queremos vivir prendados de un cierto bienestar que nos produce la compañía de Dios y estar tentados de construir como Pedro tres chozas, para evadirnos de la realidad? No. Tenemos que bajar al valle y transformarlo con el mensaje y la luz de Cristo.
Les mando a cada uno la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.