Evangelio 28 Septiembre|Aceptar la cruz

RESUMEN DEL EVANGELIO, MARTES 28 DE SEPTIEMBRE

Lucas 9, 51-56: “No, a la violencia…sí, a la aceptación de la cruz y contratiempos de la vida”.

Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.
___________________________
MI COMENTARIO

1. No, a la violencia: ¡Qué temperamentos duros, inflexibles, violentos tenían algunos de los apóstoles de Jesús, cuando no les dieron hospedaje en Samaría! Samaría era una ciudad impura que no aceptaba a Jerusalén ni el Templo santo, lugar por antonomasia del culto divino a Jahvé. Querían fulminar a los samaritanos con fuego, cuando deberían pedir que Dios se compadezca de ellos y los salve. Tanto, que Jesús les llamó fuertemente la atención, porque la violencia pisotea lo más propio del cristianismo, la caridad y el amor. Dice José Luis Martín Descalzo: “No es cierto que la violencia sea la «imperfección» de la caridad; es el pudridero de la caridad, la inversión, la falsificación y la violación de la caridad. Quizá algún violento haya comenzado a ejercer su violencia por motivos subjetivos de amor, pero de hecho, al hacer violencia se ha convertido en el mayor enemigo del amor. Ya que con la violencia se puede entrar en todas partes, menos en el corazón”. La violencia no tiene sentido en este nuevo Reino que vino Cristo a instaurar. Evitemos la violencia activa o pasiva para conseguir lo que queremos o para reaccionar ante lo que nos hacen los demás y que no nos gusta. Reaccionemos como Jesús, con paciencia y mansedumbre, dos virtudes difíciles y que acompañan a la caridad. El fuego divino que debemos pedir a Dios no es para echarlo y quemar a los demás, sino para echarlo sobre nuestros pecados y así se quemen y desaparezcan.

2. Sí, a la aceptación serena de la cruz y las contrariedades de la vida: miremos a Jesús, decidido a ir a Jerusalén. Sabía lo que le esperaba: sufrimientos, pasión y muerte. Su cuerpo glorioso y resucitado será el nuevo templo de Jerusalén en que se cumple la profecía de la expiación verdadera que aplaca a Dios. Por eso, no quiso almohadones suaves a la cruz que le puso su Padre sobre sus espaldas y que los apóstoles querían destruir. Jesús acepta su cruz hasta el final. Bebe el cáliz hasta las heces. Y sabe perdonar a todos: “porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34). El amor disculpa todo y siempre” (1 Corintios 13, 7),

3. Reflexionemos ahora nosotros: ¿cómo reacciono ante la cruz y las contrariedades que me provoca la vida o los demás? ¿Exploto fácilmente y deseo el mal a quien me lo hace? ¿Hay en mí sentimientos vengativos, fanáticos contra los demás? ¿O soy paciente y manso como Jesús?

Hoy pidamos a Jesús un corazón un corazón lleno de amor y de paciencia, como el de Él. La violencia no puede ser la respuesta al mal. Si aquí no nos escuchan, vamos a otra parte y seguiremos evangelizando, allá donde podamos. Sin impaciencias. Sin ánimo justiciero ni fiscalizador. Sin dejarnos hundir por un fracaso. Evangelizando, no condenando. Miremos a Jesús y a tanto santos que nos dan ejemplo en esto. Les mando la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.