Evangelio 26 Octubre | El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza

RESUMEN DEL EVANGELIO, MARTES 26 DE OCTUBRE

Lucas 13, 18-21:

En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».
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MI COMENTARIO

Seamos grano de mostaza y levadura en nuestro mundo, en nuestra familia y entre nuestros amigos y comunidad. 1. ¡Qué encanto debieron de tener las parábolas de Jesús pronunciadas a la sombra de los árboles, bajo el azul del cielo, rodeados de pájaros y cultivos! En medio del campo esas palabras cobraban vida, con el rumor del viento y el calor del sol. Merece la pena meterse en la escena, sentir la brisa suave, escuchar el trinar de los pajarillos, tocar los arbustos y oler las fragancias de la abundante vegetación. Allí, en plena naturaleza, Jesús compara el reino de Dios a una semilla que un hombre siembra en su huerto. El divino sembrador ha sembrado su semilla en nuestro corazón. San Pablo llama a los cristianos “campo de Dios”; es verdad, nosotros somos un huerto de Dios, que Él siembra con la semilla de su Palabra, riega con la abundancia de su gracia y cuida con su amorosa providencia. Ciertamente, cada uno de nosotros somos una obra maestra de Dios, como aquellos jardines dignos de reyes que rodean los grandes palacios. El Señor ha querido hacer de nuestro corazón un jardín, un huerto en el que poder pasear, como aquel Jardín espléndido por donde paseaba con Adán a la hora de la brisa vespertina en el albor de la humanidad.
2. «Creció, se hizo un árbol». Una vez plantada y rodeada de los más exquisitos cuidados, la semilla siempre crece. Pero no podemos olvidar que primero crece en lo oculto, bajo tierra, sin ser vista. Y, como todo lo que está vivo, crece muy despacio. Es inútil intentar acelerar el proceso echando más agua, forzando la semilla o estirando el tallo… así sólo conseguiríamos ahogarla o arrancarla. La semilla tiene sus tiempos. Tiene que echar raíces. Porque sólo si sus raíces son profundas y fuertes puede alzarse, desafiando a la lluvia y al viento. Y cuanto más alto sea el árbol, más hondo debe arraigarse en el corazón de la tierra. No debemos olvidar que lo primero que hace la semilla es cavar y ahondar para echar raíces. Pero está claro que la emoción del instante, el cambio permanente o los sentimientos pasajeros no son esas raíces que permiten sostener nuestra vida. Sólo si estamos firmemente arraigados en el Amor de Dios, en la obediencia a su Palabra, en unas virtudes humanas sólidas, en unas convicciones profundas, podremos mantenernos en pie cuando llegue la dificultad.
3. «Y los pájaros del cielo anidaron en sus ramas». Es verdad, un árbol fuerte y robusto que ha crecido no sólo sirve para hacer más bonito el paisaje. Un árbol sano da frutos sanos, que alimentan a muchos. Además, permite a los pájaros anidar en sus ramas, y descansar allí de sus fatigas. Y los hombres y los animales pueden hallar sombra y cobijo bajo sus hojas. ¡Cuánto vale un buen árbol! Y cuánto puede valer nuestra vida si somos fieles al Señor. Evidentemente, daremos gloria a Dios embelleciendo su precioso y divino Jardín. Pero también, con nuestro ejemplo y nuestra palabra, ofreceremos alimento, cobijo, sombra y descanso a tantos, comenzando por casa y entre amigos y en la comunidad. ¡Qué maravilla, Señor, ser un árbol de tu jardín!

Les mando a cada uno de ustedes la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.