Evangelio según San Mateo 23,1-12.
«Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés;
ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.
Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos;
les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
ser saludados en las plazas y oírse llamar ‘mi maestro’ por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar ‘maestro’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
A nadie en el mundo llamen ‘padre’, porque no tienen sino uno, el Padre celestial.
No se dejen llamar tampoco ‘doctores’, porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros,
porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».
RESUMEN DEL EVANGELIO MARTES 10 DE MARZO, MATEO 23, 1-12
Cuidemos el fariseísmo en nuestra vida.
1. Si con alguien fue durísimo Cristo fue con los fariseos. ¿Por qué? Ellos cumplían todas las normas y leyes de Moisés, pero para ser vistos, para obligar a Dios a que les diera la salvación. Se creían los maestros y no permitían que otros vinieran a hacerles sombra. Buscaban los mejores puestos en la sinagoga. Soberbios y altaneros, creídos y “justos”, vanidosos e intransigentes. Eso eran. Sin coherencia interior, sin amor auténtico a Dios, sin caridad con los demás. Y Cristo, la Verdad en persona, les desenmascara y los deja al desnudo.
2. La hipocresía puede ser el pecado de los buenos. Nos resulta fácil hablar en la catequesis, en la comunidad parroquial o religiosa, en la escuela, en la familia… explicar a los demás el camino del bien, y luego corremos el peligro de que nuestra conducta esté muy lejos de lo que explicamos.
3. Para pensar hoy: ¿Qué hay de fariseo en nosotros? ¿Nos conformamos con la apariencia exterior? ¿Somos exigentes con los demás y tolerantes con nosotros mismos? ¿Nos gusta decir palabras bonitas -amor, democracia, comunidad- y luego resulta que no corresponden a nuestras obras? ¿Buscamos la alabanza de los demás y los primeros puestos en la diócesis, en la parroquia, en los grupos?
La Palabra de Dios nos persigue en estos días de Cuaresma. Nos puede parecer molesta. Pero es la mejor cura para que nos convirtamos a Dios, si es que queremos llegar a la Pascua del Señor y disfrutar de su triunfo y gozo profundo. Quitémonos la careta. No nos pongamos pomadas ni cremas a nuestra alma para disimular nuestras enfermedades. Si se está haciendo tanto para prevenir el coronavirus del cuerpo, ¿qué hacemos para que el coronavirus del pecado no infecte nuestra alma?
Les mando a cada uno la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.