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Evangelio 7 Mayo |Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió

Evangelio según San Juan 13,16-20.

Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo:
«Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía.

Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió».


RESUMEN EVANGELIO JUEVES 7 DE MAYO, JUAN 13, 16-20

¿Cómo entiende Jesús la autoridad? ¡SERVIR!

1. Miremos a Cristo en la Última Cena: se puso a lavar los pies de sus apóstoles. Imaginemos a un rey lavando los pies a un pobre hombre. ¡Qué desconcierto! Es comprensible la reacción de Pedro al ver al Maestro arrodillado ante él para lavarle los pies sudorosos y polvorientos del camino. Cristo quiere darles una lección de vida: la autoridad consiste en servirnos. Cristo no pierde dignidad lavando los pies. Sí, es una revolución nueva que tenemos que meditar y vivir. No pasa entre los hombres mostrando su carnet de Dios, su categoría divina. Pasó lavando los pies de sus hermanos. Es un Dios que se abaja, se arrodilla ante el hombre, a los pies de unos tercos y ambiciosos pescadores. “No he venido a ser servido sino a servir” (Mateo 20, 28). En los pies de esos pescadores de Galilea Jesús lavó los pies de todas las personas. Hubiera lavado también los míos si hubiera estado a su lado.
2. El lavatorio de los pies es un gesto para el asombro, pero también para vivirlo en nuestra vida cristiana. No es un gesto demagógico e improvisado, sino una actitud de toda la vida. Todo seguidor de Cristo tiene que imitar a Cristo y lavar los pies a sus hermanos. Y aquí estamos todos: el Papa, los obispos, los sacerdotes, los religiosos, los laicos, los papás de familia, los hijos, los maestros, los médicos, los políticos. ¿Y cómo lavamos los pies de nuestros hermanos? Con la actitud continua de servicio, de ayuda, de tender la mano, de poner la oreja para escuchar. Y esto en nuestra casa, en nuestro trabajo, entre los amigos y vecinos, en las comunidades parroquiales.

Ánimo. Examinemos nuestra capacidad de servicio. Cristo nos invita a ser serviciales, no serviles. La persona que sirve es libre. La persona servil se envilece a sí misma y envilece a aquel a quien se somete. Y en el servicio está la alegría, como decía el poeta hindú Tagore: “Dormí y soñé que la vida era alegría; me desperté y descubrí que la vida es servicio; me puse a servir y descubrí que el servicio es alegría”. Ni más ni menos. ¿A quién serviré hoy? ¿A quién lavaré los pies hoy? Les mando a cada uno mi bendición, P. Antonio Rivero, L.C.