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Evangelio 23 Abril |El que cree en el hijo tiene vida eterna

Jueves 23 de abril

JUAN 3, 31-36: El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.
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MI COMENTARIO

¡Seamos hombres nuevos, con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo! A esto nos invita la Pascua.

1. Cristo a Nicodemo le estaba invitando a ser hombre nuevo y dejar ya el hombre viejo, soberbio, engreído, pagado de sí mismo, anclado en el cumplimiento formal de la ley, sin amor en su corazón ni para con Dios ni para con el prójimo, poco humilde en sus relaciones con Dios, obligándole a Dios le diera la salvación porque “he cumplido todo”, al menos externamente.
2. El hombre nuevo, inaugurado por Cristo es otro. Basta mirar a Jesús. Sí, con los pies en la tierra, que Él recorrió alegre y feliz por toda Palestina llevando la buena Nueva del Reino a todos con gran caridad y donación, pero con el corazón en el cielo, es decir, todos sus pensamientos, deseos, sentimientos estaban clavados en el cielo, porque buscaba la gloria y la alegría de su Padre, todo lo ofrecía a Él.
3. Ahora cada uno de nosotros tiene que examinarse: ¿soy hombre nuevo u hombre viejo? Es bien fácil saber si estoy viviendo esta característica de la Pascua que san Pablo comentó largo y tendido en sus cartas, especialmente en la carta a los Colosenses y Efesios: “ustedes deben despojarse de su vida pasada, del hombre viejo, corrompido por las concupiscencias engañosas; renuévense en su espíritu y en su mente y revístanse del hombre nuevo, creado según Dios, en justicia y santidad verdadera” (Ef 4,22-24). Necesitamos, por tanto, tomar muy en serio la invitación del Señor a abandonar el hombre viejo con sus concupiscencias, sus pecados, sus mentiras, sus impurezas, sus altanerías, sus egoísmos. Abandonar el hombre viejo significa abandonar la propia voluntad caprichosa, y revestirnos del Hombre Nuevo significa abrazar la voluntad de Dios siempre. Cada vez que decidimos, aunque sea en cosas pequeñas, liberarnos de nuestra “voluntad de carne” y negarnos a nosotros mismos, damos un paso hacia Cristo, Hombre Nuevo, que “no buscó lo que le agradaba”. Es esta una especie de regla general para nuestra santificación. Aprendamos a repetir, también nosotros: “no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5,30); “he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38). La novedad del Hombre Nuevo se mide, como ya se ha visto, por su obediencia y conformidad con la voluntad de Dios, el cumplimiento amoroso de los mandamientos de la Ley de Dios y la fraternidad con nuestros hermanos. Si hay amor a Dios y amor al hermano es señal inequívoca de que somos hombres nuevos.

Sigamos viviendo la Pascua con este objetivo: crecer en el hombre nuevo renovado por Cristo, y muriendo al hombre viejo que sigue sus caminos de perversión y pecado, de egoísmo y soberbia. Les mando a cada uno la bendición de Dios, P. Antonio Rivero, L.C.