RESUMEN DEL EVANGELIO, JUEVES 18 DE NOVIEMBRE
Dedicación de las basílicas de san Pedro y san Pablo. La basílica de san Pedro fue edificada por el emperador Constantino. Y la de san Pablo, edificada por los emperadores Teodosio y Valentiniano.
Mando hoy mi comentario, porque mañana muy temprano estoy saliendo a Mérida para dar un retiro espiritual de tres días a señores del Movimiento Regnum Christi. Les pido su oración por el fruto de este retiro, por favor.
Lucas 19, 41-44: En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: «Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco. Te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has reconocido el tiempo ni la visita de tu Dios».
MI COMENTARIO
- El 18 de noviembre la Iglesia celebra la dedicación de las Basílicas de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, templos ubicados en la ciudad de Roma, en los que reposan los restos de estos dos apóstoles, símbolos de la unidad de la Iglesia. Esta memoria nos invita a rezar, por tanto, por la unidad de la Iglesia. En esas basílicas reposan las reliquias de san Pedro y san Pablo. Pidamos a estos dos titanes de la fe y amor a Cristo que intercedan por nosotros y toda la Iglesia católica.
- Del evangelio quiero fijarme en esa frase: “Jesús lloró al ver la ciudad de Jerusalén”, por no haberle aceptado. Cuando vayan a Jerusalén vayan a la capilla del “DOMINUS FLEVIT” (“El Señor lloró”). En ninguna parte del evangelio se dice que Jesús riese. Y en dos ocasiones se dice que lloró: en esta ocasión y cuando murió su amigo Lázaro de Betania.
- Hoy Jesús también llora al ver cómo muchos no aceptan su evangelio, cómo aplauden las leyes terribles del aborto y la eutanasia, la ideología del género, los atropellos a los misioneros, la quema de iglesia, las confusiones doctrinales en cuestiones de fe y moral, los posibles cismas que se vislumbran en el horizonte y que rompen la unidad de la Iglesia.
- Y también llora cuando nosotros, católicos de comunión y de rezos, no vivimos la caridad entre nosotros, o tenemos vergüenza de defender nuestra fe con valentía y convicción. Llora cuando pecamos voluntariamente y no nos arrepentimos.
Enjuguemos las lágrimas de Cristo con nuestro cariño y cercanía en la oración y en la Eucaristía. Seamos consuelo para Cristo y no ocasión para que él siga derramando más lágrimas. Les mando mi bendición, P. Antonio Rivero, L.C.