RESUMEN DEL EVANGELIO, MIÉRCOLES 12 DE ENERO
Marcos 1, 29-39: En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.
Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
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MI COMENTARIO
Un día en la vida de Jesús apóstol.
1. ¿A qué dedicaba el Señor su tiempo? ¿Cómo transcurrían las jornadas durante su vida pública? Es muy interesante tener este modelo, esta “falsilla” con la que contrastar continuamente nuestra vida con la de Jesús. En medio de milagros, discursos y viajes, el Maestro también tenía una “vida ordinaria”. Una vida, en primer lugar, en la que su principal ocupación era la proclamación del Evangelio: «recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios». Este fue su “trabajo profesional”, y a él dedicó Cristo sus mejores energías con un admirable empeño, sabiendo que esa y no otra era su misión divina en la tierra. Y así debemos entender cada uno de nosotros nuestro trabajo, como una auténtica vocación divina. Pero Jesús también disfrutó de la verdadera amistad, de la hospitalidad, de un auténtico espíritu de familia con sus discípulos. No podemos olvidar que Jesús tuvo una “casa”, un hogar aquí en la tierra. Y cada uno de nosotros estamos llamados también a cuidar de ese hogar nuestro.
2. «Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta». Pero el corazón de Jesús no podía quedarse constreñido en los estrechos círculos de sus discípulos y amigos. Él, con su infinito Amor, quería abrazar a todos los hombres. Por eso todos encontraban cabida en su compasión y misericordia. Para Jesús no había momentos de descanso para desconectar, sino que toda su vida fue un servicio constante a los demás, en especial a los más pobres y necesitados. A todos hablaba de Dios, a todos curaba con su poder, a todos liberaba de sus esclavitudes. No podemos entender nuestra vida sin los demás. Y Dios quiere que nosotros, como Jesús, irradiemos paz y alegría a nuestro alrededor. Eso, y no otra cosa, significa nuestra vocación de apóstoles. Cada uno tenemos enfermos y endemoniados que se agolpan a nuestra puerta. Y a ellos nos envía Dios para sanar y liberar.
3. «Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar». Por supuesto, nada de esto se puede hacer sin oración. Pero –te preguntarás– si Jesús era el Hijo de Dios siempre unido a su Padre… ¿qué necesidad tenía de dedicar tiempo a rezar? Pues para darnos ejemplo y dejarnos claro que es esencial dedicar tiempo para hablar con nuestro Padre Dios, para profundizar en nuestra amistad con Jesucristo, para dejar espacio a la acción del Espíritu Santo. No basta con acordarse de vez en cuando o acudir a Dios cuando le necesito… Hay que dedicar tiempos de verdad, constantes, de calidad, en un lugar solitario, en silencio y recogimiento. Y como la oración es lo primero y Jesús sabía que luego el día se le iba a complicar… madrugaba para rezar. Claro ejemplo para ti y para mí, ¿no? Dios, familia, trabajo, apostolado: ahí tienes las coordenadas principales de tu vida de cristiano en medio del mundo. Y si no es para esto, ¿para que te concede Dios cada instante de tu tiempo?
Les mando a cada uno de ustedes la bendición de Dios. P. Antonio Rivero, L.C.